Washington.


Siempre a la misma hora, al morir el sol, por la tarde, se podía ver a Guasinton, sentado en el escalón de la casa baja donde vivía, con una novela en las manos. No os creáis que lo que se echaba a la vista era algo parecido a Milenium, o lo último de Coelho, o algo parecido, no; él era infinitamente más original y maravillosamente más entrañable. Casi imperceptible entre sus grandes manos, ya sarmentadas, amarilleaban las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Le gustaba mucho la pana, y se peinaba para atrás, aprovechando la grasilla del pelo. A mí me dijeron un dia que se llamaba Guasinton, o Washington. El caso es que yo de vez en cuando le saludaba, y el respondía - ¡a quién mato!- , pero la verdad es que no tenía cara de poder matar a nadie, porque le invadía una aureola de serenidad que santificaba su deseo, transmutado desde las novelas, de ser un vaquero del lejano oeste.

Le gustaba el morapio, y fueron pocas las veces que se quedaba dormido en la puerta, con los libros de bolsillo saliéndose por los bolsillos. Chaqueta de pana, por supuesto. No tenía familia, era un llanero solitario por los páramos de Vallecas, un hombre afable, inbuido en su propio ralentí, que hacía su camino como los viejos tritones, casi sin mojarse, despacio. Otras veces podia verle comiendo bocadillos de mortadela en el parque, y cuando pasaba por su lado - ¡Washington! - ¡A quien mato!, soltaba un tufillo rancio a vino y a casa sin ventilar.

El otro día, en un sueño vulgar y corriente, se me apareció el jodío del Guasinton sentado en el escalón de su casa, leyendo la novela de Marcial Lafuente, con la punta de las hojas despatarradas hacia afuera, con su abrigo de pana, con su pelo "engrasillado" hacia atrás, y los ojos inyectados en las aventuras de cuatro forajidos en la orilla maldita del Mississippi. ¡Que extraños vericuetos de la mente se visitan cuando planchamos la oreja! Yo, que me había acostado con un calor de pelotas, que había cenado una ensalada de tomates y salmón, que había leído un poco para coger mejor la fase de ondas alfa-beta, yo que tengo cincuenta mil problemas como todo hijo de vecino, y me visita ahora el Washington, en mi mar de nubes y mi flotabilidad onírica, transportado por mi subsconciente, como si alguien hubiera arrancado la puerta de su casa y la hubiera lanzado por los aires al quinto infierno. Mar de nubes del pasado, de los retazos rotos de lo ya vivido, telarañas de la melancolía, oscuros rincones del alma, polvorientos, ¿ a quien me traereis la próxima vez, que me haga rechinar los engranajes de la memoria? Incertidumbre, esperanza, sorpresa, libre albedrío, vita pericolosa.

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