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Mostrando entradas de agosto, 2009

TIEMPO

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Nadie es dueño de la verdad del tiempo, si existe, si muere, si vive destino que pasa o que viene con un velo de tristeza y escarcha el tiempo Humo,aire, rumores, viento, Dios que se nutre de fe mito, silencio presencia y ausencia de duendes acuarela y envés del momento soledad, vacio, lamento el tiempo que deja el surco fósil, marchito marcas en la piel , sentimiento Me siento a verlo pasar sin prisa, dejándome llevar y a veces, siento; como si no pasara como si no existiera, el tiempo...

Solos

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Lo queramos o no. Solos. Desde que venimos al mundo sin conocer a nadie. Desnudos ante los que ponen los ojos en nosotros. Después, un tiempo acompañados; hasta que la adolescencia nos hace soltar amarras y abandonar la casa para abrir caminos en nuestra propia rebeldía. Solos y hambrientos de sensaciones, pura energía. Acompañados después, por lo que creemos nuestro complemento fiel, alberca donde verter amor, dualidad de sentimientos encontrados, heridas de hielo y fuego. De nuevo solos, en el desengaño y en las lágrimas, por creer que los principios llegan hasta el final, hasta caer de bruces en el eterno errar, camino de imperfección. Otra vez acompañados, con las marcas del tiempo en el rostro, cicatrices de soledad que busca y que quizá encuentra, el más largo periodo de soledades ausentes, plenitud de vida, madurez de los karmas inciertos, amor en todas las vetas del espíritu; calor de compañía que se multiplica, camino firme que bordea el precipicio negrísimo de encontrarnos so

El libro que quisiéramos leer.

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En esto de la lectura pasa como con todo, cada uno con su gusto, sus fobias y sus filias. Estoy convencido que nunca es recomendable recomendar; porque lo que a ti te parece cojonudo, al otro no le interesa lo más mínimo. Ya te puedes dejar los cuernos explicando este o aquel pasaje excelso, único, hipnotizante, que quizá tu interlocutor no encuentre nada más que nimiedades, pedanterías, elucubraciones o erudición de todo a cien. Y con la música, idem de idem. Mejor dejar a cada uno con su tendencia y que cada río arrastre su correspondiente sustrato ( incluso porquerías varias). Esto viene al caso porque en estos asuntos de la mirada al papel queda retratada mejor que nunca la ley no escrita de que huyendo de la oficialidad se consiguen los mejores resultados, la ropa más blanca y las conciencias más tranquilas reposando ociosas en acogedores resorts. Y para muestra, unos cuantos botones a modo de premisas rocigalgas: - Huye de los libros que se apilan en palets, a la entrada de las l

Washington.

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Siempre a la misma hora, al morir el sol, por la tarde, se podía ver a Guasinton, sentado en el escalón de la casa baja donde vivía, con una novela en las manos. No os creáis que lo que se echaba a la vista era algo parecido a Milenium, o lo último de Coelho, o algo parecido, no; él era infinitamente más original y maravillosamente más entrañable. Casi imperceptible entre sus grandes manos, ya sarmentadas, amarilleaban las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Le gustaba mucho la pana, y se peinaba para atrás, aprovechando la grasilla del pelo. A mí me dijeron un dia que se llamaba Guasinton, o Washington. El caso es que yo de vez en cuando le saludaba, y el respondía - ¡a quién mato!- , pero la verdad es que no tenía cara de poder matar a nadie, porque le invadía una aureola de serenidad que santificaba su deseo, transmutado desde las novelas, de ser un vaquero del lejano oeste. Le gustaba el morapio, y fueron pocas las veces que se quedaba dormido en la puerta, con los libros de bol

Agosto, si puedes.

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Que me den a mí un mes de agosto, ya verás... Eso de ver a la gente apretada en los coches, sudando la gota previa - y gorda-, que luego sudarán muchas más en la playa, apretada también, ¡vaya tela -menuda tela-! Dame a mí un mes de agosto para repasar las calles de Madrí y alucinar con tanta clarera en el asfalto, que no me vendo yo por una oferta de última hora; estaría bueno. Pues no se me ocurre, un año, ya no me acuerdo, romper esta regla de oro que yo me he impuesto, y forzado por las circunstancias, siempre odiosas y pejigeras, me aventuro por las procelosas carreteras de España en el mes en cuestión, y no encontré el sosiego ni la calma, ni mucho menos el viento tranquilo de los lugares furtivos a la maquinaria del progreso, ni las señoras cotillas asomadas a su puerta partida, ni las tardes plomizas de perros dormidos en la siesta, las moscas ¿qué habrá sido de aquellas moscas tan pesadas? Nada de nada. Todo era casi como en Madrí me cago en la leche. Engranaje tras engranaje