EL MISTERIO DE SOMORROSTRO V
Era una mañana de domingo un poco particular. Después de un amanecer borrascoso y gruñón, al crecer el día, el sol se encargó de alegrar la vida a los vecinos. La calle de Adolfo Pérez Esquivel se contagió de ese optimismo, y en su esquina, Susana se encontraba hurgando en el bolso, discriminando tiques inservibles de otros que debía conservar, por si acaso. Buscaba el último recibo del alquiler. La dueña de su piso era una señora mayor, que vivía en Alcalá de Henares , y que tras su jubilación se mudó a un silente pueblo de Cuenca . A pesar de las subidas del mercado en los últimos años, Agapita (que así se llamaba la señora) le había mantenido el precio, y era una casera ejemplar, de las que no molestan ni ponen pegas cuando se estropea un lavavajillas. Las dos partes, inquilina y arrendadora habían conseguido la armonía perfecta del universo imperfecto de la vivienda. A pesar de los dobleces, lo encontró detrás del todo. Se acercaba la fecha del pago y no quería que se olvidar