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Mostrando entradas de febrero, 2010

La calle Atocha

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La calle Atocha es una señora sesentona, con sus prejuicios y sus resabios. Ha estado aquí desde hace la tira y se las sabe todas. Prolonga su sombra gris para que todo el mundo resbale por encima de ella, llevando su existencia a cuestas y sus prisas, y ella, como una madre permisiva, deja al libre albedrío del devenir nuestras causas y nuestras cuítas. Pervive en la memoria y sobrevive a las obras y los asfaltados. Mira de reojo las malas acciones y los milagros diarios. Renace todos los años con las colas de beatas del Cristo de Medinaceli. Se pasea con el bolso bien pegado al cuerpo y cuando alguien pregunta por ella siempre aparece por la bocacalle más cercana. La calle Atocha se toma sus vinitos en Huertas, y queda con sus amigas en Lavapiés para recordar los tiempos mozos, cuando una vecina era una hermana y una enemiga a la vez, y los recuerdos todavía recuerdan las fiestas chulapas y las gallinejas. Sobrevive en un refunfuño a los botellones y las vomitonas, y no le gusta much

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Porque la vida es una sucesión de personajes y situaciones. Es verdad. La vida es una novela coral, una tómbola multicolor amable y cruel a la vez. Desde que ha llegado Miguel a nuestras vidas ha cambiado todo, y todo sigue igual, paradojas de los libros y de la literatura. A todo se acostumbra el cuerpo y a todo se amolda la mente, hay que joderse. A mí, que me quitaran el sueño, que me robaran horas al descanso, se me hacía un mundo, pero ahora me doy cuenta de que no es para tanto. Los sunamis del miedo a lo desconocido no llegan ni a regato de agua. Podemos con todo. Mi mujer, en un principio, divisaba la cuesta arriba de tener que manejar a la personita que se coló en casa un buen día como si fuera un reto, un "guay paut" difícil de traspasar, y mírala ahora, tan "pichi richi", recreándose en el trabajo bien hecho y de regodeo por saber que ha conquistado las cimas del deber cumplido. No me extraña. Miguel, ajeno a todo y a todos, vive en un estado onírico pega