Agosto, si puedes.


Que me den a mí un mes de agosto, ya verás... Eso de ver a la gente apretada en los coches, sudando la gota previa - y gorda-, que luego sudarán muchas más en la playa, apretada también, ¡vaya tela -menuda tela-!

Dame a mí un mes de agosto para repasar las calles de Madrí y alucinar con tanta clarera en el asfalto, que no me vendo yo por una oferta de última hora; estaría bueno. Pues no se me ocurre, un año, ya no me acuerdo, romper esta regla de oro que yo me he impuesto, y forzado por las circunstancias, siempre odiosas y pejigeras, me aventuro por las procelosas carreteras de España en el mes en cuestión, y no encontré el sosiego ni la calma, ni mucho menos el viento tranquilo de los lugares furtivos a la maquinaria del progreso, ni las señoras cotillas asomadas a su puerta partida, ni las tardes plomizas de perros dormidos en la siesta, las moscas ¿qué habrá sido de aquellas moscas tan pesadas? Nada de nada. Todo era casi como en Madrí me cago en la leche. Engranaje tras engranaje, chispa y olor a gasofa; mugre, bolsas de plástico, atasco de ciudad en pleno pueblo -Comillas-, ni un hueco donde meter el coche, restaurantes ardiendo de gente impaciente, tufillo a turistones que te venían a oloretas y bocanadas, estrés prendido a la ropa como el tabaco de las juergas nocturnas, en fin, el averno de todos los días con el agravante de que sucede en los días donde todo tendría que ser despreocupación, catársis, alguna que otra ablución en los remansos de playa y tapita, primero, segundo, conversación y cama.

Líbrenme a mi de otro mes de agosto como aquel. Ya me libro yo, de acuerdo. Lo que prometí una vez que se haga ley otra vez, quiera Dios y mis circunstancias, teniendo en cuenta que no rindo cuentas a ningún ser supremo que no sea mi Santa, o mi prole, o mi familia; y estos cuatro puntos cardinales son también mi circunstancia, o sea que se consigue la cuadratura del círculo, y aquí paz y después gloria.

¿Será que aún no se han descubierto las ambrosías y oropeles que proporcionan una buena habitación, tranquila;un aire acondicionado estandar, a veintidós; un buen libro que llevarse a la vista, al insconsciente, al consciente, al paladar del espíritu, y si cabe, un refresco al alcance de la mano? No lo sé. Todavía no lo he visto en ningún suplemento de los periódicos. Debe ser que no vende. Disfrutémos aún de este paraíso desconocido antes de que nos lo fastidien los mass media que en estas cuestiones se pintan solos. Espero que ni siquiera lean estas palabras, porque seguro que a algún espabilado se mete en mi salón y me lo deja lleno de chafarrinones de publicidad. Y a remar entonces.

Mientras tanto, me limito a ver al gregarismo español implume dejarse la piel y los euros por un desagradecido mes de Agosto, que ni saluda, ni escribe, ni te manda un crisma por navidad. Desaborío.

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