Incendios de España

Una España que incendia la otra. Una orilla de España que siempre te helará el corazón. Las dos frases adaptadas de dos españoles que bajaban la cabeza, exhaustos: Larra y Machado... a veces, no queda otro remedio que el exilio, voluntario y resignado.

España arde y presenciamos el bulle-bulle de los aviones, de los retenes de incendios, de la gente que se queja. Qué hastío! Apago el televisor. Me asomo al balcón, España arde, es verano. España entera arde en su mediocridad estival. Los vecinos huyen de sus casas para ir de vacaciones, se meten de lleno en el incendio del mediodía, y cargan sus coches con pesadísimas impedimentas, les arden los pies, por el asfalto, España entera arde.

La subclase política se regocija ante los micrófonos. Proyecta su ardiente odio a diestra y a siniestra, según toque; les queman los billetes en las manos, los meten en el bolsillo para apagarlos. La televisión misma está caliente. Fuego en los cuatro puntos cardinales de esta piel de toro desollada y chamuscada. Alguien prende la mecha y se aleja, pretendiendo no se qué intereses, arden sus cabezas de puritita culpa, incendios de España.

La llama del barrio, calor de cotidianeidad, parques ocupados por la flama madrileña, solitarios jardines abochornados por las tres de la tarde. Hay que esperar hasta las ocho para poder hacer vida. Los que sobrevivimos a la diáspora juliana nos refugiamos en el soplo vivificador del aire acondicionado, corazón que arde en el tejado y boca que nos regala frío en nuestra casa, milagro nuclear quizá.

Arden mis amigos de amor, ardor paternal, con regalos a pares paridos con ese tibio calor que desprenden las entrañas, orígenes.

El sol dibuja llamas apagadas en este momento. Veo caer la tarde desde la azotea de la casa, arde el suelo y poco a poco se apaga. El último estertor de fuego se refleja en mi pupila y veo consumirse un miércoles que nunca más volverá, escondido en sus cenizas.