UNA FRASE.

En un templo indio, en el recodo de la esquina oscura, reza las palabras más sabias que se hayan podido escuchar, dicho sea esto rompiendo todos los moldes del respeto absurdo a las creencias.

Resumiendo esas palabras de fuego en una sola llama, tenemos lo siguiente:

Ponlo todo, absolutamente todo, de todas las épocas, de cualquier humano, en cualquier lugar del mundo, EN DUDA.

Silencio, genuflexión, reverencia. Los dogmas se funden como la cera caliente, los cimientos se resquebrajan como la rama muerta, las leyes se diluyen como la ceniza en el agua... la mente, jugando con monos y caballos desbocados se paraliza, se "resetea".

Límites, dimensiones, barreras que voluntariamente se levantan, muros que se erigen para que el hombre no tenga miedo, no se pierda en su propia libertad. Doctores tiene la iglesia del pensamiento que debieran, con aquella frase en el subconsciente, desenredarnos la madeja a los que no llegamos; a los que demandamos el código fuente de la existencia.

Planteárselo todo, dudar de todo. Qué desierto tan gélido se abre ante nuestros ojos. Explorar, escrutar, replantearse lo establecido, es luchar contra el enemigo cuando el adversario somos nosotros mismos, nuestra carne, nuestras raíces. Quizá el hombre no sea más que un pajarillo que no se atreve a salir aunque la puerta de la jaula se abra de par en par. A ver si resulta que en el tuétano de nuestra condición humana lo normal sea caminar por la vida con el camino marcado, con la ruta establecida, y sólo de vez en cuando, regodearnos de que manejamos el ramal de nuestra caballería y sólo nos atrevemos a acercarnos a los bordes.

Quizá. Tal vez. Es posible. El universo se construye y se destruye en cada parpadeo de los ojos. Los sabios ya lo dijeron. No podemos tocar el presente porque no es más que un instante en el que el magma del devenir se licúa y se hace visible. Pero ésto no es más que otra teoría, y como todas las ensoñaciones, puede que sea extraordinariamente falsa.