LAS TARDES SERENAS DEL JARAMA.



Me contaba un caminante el otro día, cuando hice una parada en la fuente cercana al puente del Moco, que el Jarama se está serenando; que las aguas se han remansado; que ahora fluye el agua junto con el silencio. Yo no sabía a qué se refería, y mientras rellenaba el bidón de la bicicleta estándar que me he comprado, le insistí en que me explicara a donde quería llegar con esa afirmación.
- Se ve nada más asomarse desde el puente. Es una manta que cae sin picos, sin olas. Da un poco de miedo y todo.
El paisano de unos setenta años que se toca el pico del sombrero y me mira con ojos cansados se ha explicado perfectamente, aunque con sus palabras. Poco después, dejo la bici en el área de descanso y me meto en el puente, justo en la zona equilibrada del centro. Me siento como Herman Hesse cuando alquilaba una habitación en Viena y se asomaba al balcón, simplemente para recibir las sensaciones de la calle y las de su sangre. A mi me llega el aire cálido de agosto y el sudor como termostato. Miro al Jarama con cierta pleitesía. De hecho me siento pequeño ante la corriente mística de su caudal inmisericorde. Es como si toda la alegria y la miseria de los pueblos de arriba bajara a rendir cuentas a algún dios menor de San Fernando; alguna deidad que pesara las almas en una balanza. Y compruebo que es cierto, pero no da miedo el río; es más bien una inquietud misteriosa, una angustia apagada de lo irremediable. En esa carga de luz y sombra a la que me refería anteriormente, que baja de Torrelaguna, Talamanca, Paracuellos, es mucho más intensa la tristeza que la alegría. Algo va mal y el propio Jarama lo sabe, y se aprecia un esfuerzo titánico de este ente hídrico por atajar lo negativo, por regenerarse, por inventarse una catarsis cada día, más o menos a las seis de la tarde. Ahora me doy cuenta. Nos ofrece serenidad porque nos quiere evitar la nausea.
El Henares es distinto. Fluye apoyado por mil afluentes, va en volandas de otras aguas costaleras. Lo levitan como al Cristo de la Buena Muerte. Tiene la dignidad de lo ancestral, pero es un rio menos sufrido, no baja recto desde el septentrión hasta lo meridional porque navega como si esquiara por la ladera de Formigal, lateralizándose. El Jarama baja con orejeras, recto, inmisericorde, no tiene al Torote que le haga el relevo ciclista en este tramo, no tiene gregarios, ni falta que le hacen. Yo creo que por eso no tiene que dulcificar las malas noticias, las que vienen de la contaminación, la desertización o el aburrimiento. No altera la alfombra de agua ( aquella que levantaba Dalí) promoviendo picos ni olas. Es el ente que Sánchez Ferlosio comprendió a la primera y lo hizo libro. El Jarama es un sabio que no se dirigirá nunca a ti, pero al que le preocupa tener bajo su protección a la humanidad entera. Permite el jolgorio de los patos, pero poco más; ni siquiera los galápagos asoman la cabeza en el centro de su cauce por no alterar el velo zen que discurre por estos campos.
- Tienes que mirar los cambios, te suenan a carraca- comentan por detrás de mi.
¡Qué diferentes y que maravillosos, este fluir constante y silencioso y esa carraca metálica y bullangera del cambio Shimano! "La vida son los ríos, que van a dar a la mar..." Teníamos un sabio, un referente místico, un oráculo de Delfos, ombligo de nuestra tierra, que es San Fernando de Henares.

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