JORDANIA: Sentir antes que escribir (II).


Amman es una ciudad frenética. Allí se ha instalado el estrés, como en todas las capitales del mundo. Entre la mugre y el polvo navega, reinante, el ruino de los motores. La calma del desierto abandonó estos pagos hace muchos años. Me puedo imaginar al sufrido taxista jordano echando de menos la quietud de un oasis con finca particular, en alguna parte de Wadi Rum (los inmensos Monegros de Jordania). Y digo me lo puedo imaginar porque creo que todavía esta gente disfruta con el desenfreno del progreso occidental. En fin...

Como el caos español es una cosa que llevamos en los bolsillos donde quiera que vayamos, Dakkak viajes, la operadora en aquel pais de nuestro tour operador , hizo de su capa un sayo beduino y nos cambió todo el programa para poder adaptar nuestras rutas y las de cuatro señoras que nos acompañaban, al capricho de sus santos cataplines hashemitas. Como deben llevarlos bien holgados y colganderos en esos trajes típicos que más bien son sábana enrollada, nuestro guía controlaba los tempos y los horarios con absoluta tranquilidad y displicencia. George se llamaba el "manso" que nos tocó en suerte, y en qué hora : Rondando la sesentena, peinando las canas de la desgana y con un velo de picaresca árabe en los ojos que nos mosqueó a todos ya desde el principio.

Primera parada en Jerash: Ciudad fundada por los romanos. Empezamos a descubrir que este país tiene patrimonio de sobra y aún más que yace todavía enterrado hasta que alguna expedición francesa o alemana le descubra los huesos desnudos. El "cardo", la plaza oval, columnas como hechas ayer mañana, capiteles con el plástico todavía puesto. Es increíble que conserve todo las hechuras y el acabado de antaño. Antaño aquí significa dos mil años más o menos. Templo de Artemisa: me ratifico en lo dicho. Los motivos vegetales como si no los hubiera rozado el viento desde que retiraron el cincel por última vez. Porque son de color tierra que si no, parecerían palmeras con el brote demasiado alto. Una calzada romana hecha como de judiones enormes, blanquísimos, hueca por debajo por donde pasaba en aquellos tiempos, el agua. La Pompeya de Oriente, sí señor, despedida y cierre.

Después y deprisa, a la fortaleza de Ajlún. Torre fortificada de arrendamiento antiguo. Allí estuvieron Cruzados, Sarracenos y Saladinos, en dura pugna por ser los últimos en calentar sus piedras. Foto va, foto viene, el sopor de la realidad intentando vendernos alguna postal, y nosotros, la Reina y yo, sacando la cabeza de lo accidental para quedarnos con lo esencial: los vientos nuevos que nos traen estos paisajes, áridos, implacables, solemnes.

George ya se iba poniendo estupendo. Con la seguridad viejuna y no siempre cierta que dan los años, nos veía como turistas estandar a los cuales despachar el discurso normalizado y facilón, y si podía timarnos sin hacer pupa lo iba a intentar, claro. Lo que no sabía es que el grupito de seis que conformábamos era veterano, y con las partes bajas ( y altas) repletas de hollín del humo de cien mil batallas turísticas. Aquí reconozco que soy el que presenta la piel más blanca de todos, porque no hace tanto que crucé mi particular Rubicón cuando salí de Vallecas. Comimos en un restaurante muy formal. Nos sacaron cosas típicas de la zona: hummus, ensaladas picadísimas y picantísimas, otras más amables, pepinillos y aceitunas en vinagre, yogur agazpachado, y carnes a la brasa estilo moro, especiadas. Y cervecita, que los moros también beben, y tienen fábricas de alcohol.

Ya no me acuerdo de lo que hicimos por la tarde, pero ya teníamos en mente el nombre de Petra, aunque realmente no sabíamos cuando ibamos a ir. Ya podíamos tirar el papel porque la ruta inicial había sido descabalada por completo. Estamos a merced de los designios del guía jordano, como aquellos cruzados que, prisioneros de Saladino, esperaban que hubiera tenido un día bueno para tener ellos otro buen día y ver amanecer. Por lo menos, Le Meridien es un gran hotel, y pudimos acabar el día Susana y yo juntando las copas y brindado por nuestra buena suerte, oyendo un violín y un piano, tocado por manos rubias y sabias.


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