JORDANIA: Sentir antes que escribir. (I)


Apenas unas notas escritas en una agenda. Eso es lo que he escrito en este viaje iniciático por la antigua escuela del matrimonio. Rompo una lanza a favor del gnosticismo porque, sin duda, es la tercera vía, la buena, para empaparse de la verdad del mundo. En Jordania hay muchas cosas que aprender, y la primera de ellas es, paradójicamente, desaprender.

Generalmente, siguiendo la corriente de lo que nos ofrecen la televisión, la prensa y los prejuicios gratuitos, metemos en el mismo saco lo árabe, lo musulman, Oriente Medio y todo lo que lleve turbante o suene a música de locutorio moro. Grave enfermedad que se cura viajando.

En una ciudad como Amman, hasta el caos tiene el encanto de las ciudades que se rigen por las costumbres. Apenas hay semáforos. Los coches han aprendido a sortear a los peatones, y éstos, navegan entre esa corriente frenética con toda naturalidad. Recorrimos Susana y yo las calles del zoco de motu propio, porque los guias intentan esquivar este tipo de excursiones. Fue como meterse en un organismo extraño, burbujeante de sangre comercial, a la antigua usanza; pintado con la mugre y el polvo que todo lo envuelve; con todos los colores y todos los sabores. Quién puede en esos momentos, perder una pizca de realidad escribiendo algo en un papel.

Desgranaré como el que saca el fruto de las granadas jordanas, jornadas de miel más que de hiel, que también hubo pero en menor cuantía. No será una cronica al uso. Será la proyección de mi subconsciente, henchido de recuerdos, como una botella de arena que vierte poco a poco su contenido...

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