Despedida de soltero


Iba pensando yo según iba hacia Moncloa, cómo se iba a dar la noche y cuantos de mis amigos iban a acudir a la cita. Son nervios que responden a la incertidumbre de lugares, caras y situaciones. Agarrado a la barra del vagón, se me pasaban retazos de imágenes, siempre con una copa en la mano, y algún que otro cigarro humeando.
Llegué al "Macetero" y ya se encontraban en el lugar mi hermano y algunos amigos del pueblo, a saber, Adolfo, Tomàs, Javirocío, Javilaura, el Bico, Esteban (recordé una y mil veces las fechorías, devaneos, algarabías, borracheras de adolescente y viajes en bicicleta con la solanera de agosto). Era como en aquellos tiempos pero con la pesada carga de las responsabilidades de la vida sobre los hombros de cada uno. Y las bofetadas de la lucha diaria en forma de canas, lorzas y algún que otro percance de salud. Pero aquí estabamos casi todos. Faltó Fernando y Rodrigo, a los que menciono por su mala pata y peor horario de trabajo.

Después vinieron los amigos de Madrid, categoría ésta ocupada por tres jinetes del buen apocalipsis vallecano: Manolo, Pedro y el Tano, muchos momentos, muchas copas, mucha vida, vivida en aquellos pagos. Se compartieron varias rondas de cerveza en un lugar que fue testigo de pasadas glorias estudiantiles. Allí los maceteros se llenaban de zumo de cebada y no tardaban en caer. Ya se sabe la sed que se tiene cuando se da la vuelta a la esquina de los veinte años.
Más tarde, dirigiéndonos ya al restaurante de marras, esperábamos dar con el Trompe y el Pilrripi que nos esperaban pacientes en la puerta. -¿Dónde están estos?- ¡Oye tú, Tomás, "dalos" un toque!- Me dejaba llevar por la corriente irrefrenable del sin par "buen rollito", que justo aquí es auténtico, y no en el ámbito político ni cultural, que suele equivaler a corrección de formas y a gestos más falsos que los juguetes de los "chinos".

Y no estabán muertos, no no, estaban tomando cañas los "condenaos" en el bar de la esquina, momento que aprovechamos para unirnos en pos de que no se cayera la barra, sujetando con los codos y ayudando a vaciar el barril, que nunca viene mal. Primeros encuentros, primeras conversaciones de amigos que hace tiempo que no cruzan sus destinos. Camisas formales frente a tatuajes libertarios, cortes a cepillo al lado de greñas que acarician las espaldas. Armonía por doquier.
Entramos por fín a la tasca, y nos sentamos en la mesa como a cada cual le dió la gana. Presidí como era menester el lado más escondido nuestro lugar, como torero que se parapeta detrás de un burladero de platos y cubiertos. Al otro extremo Javilaura, copartícipe y organizador de los herrajes de la noche. Vienen los platos al instante.... y el típico actor que se le cala al momento. Desmañado, con pinta de quinqui, una tirita en la nariz, y trazas de yonki despistado al que le han dado una oportunidad de curro. La noche prometía, y la verdad que no decepcionó. Trajeron el jamón y.... (continuará)

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