LUDWIG VAN


Quién pudiera, sólo por un instante, trocar tu mente por la mente mía, para poder atisbar el horizonte inmenso de tu grandeza. Qué sabio Dios aquel que te dictaba; aquel que te atormentaba con el lenguaje cósmico que tú plasmabas en una partitura. Qué oscuros vericuetos del alma humana visitabas y que claridad suprema nos has servido transformada en sonatas, sinfonías y melodías. Ludwig van, tapados tus oídos, supuraban por tus manos la divinidad de la condición furiosa y conciliadora del hombre, del ser humano con mayúsculas.

La honda soledad del creador. Qué extraordinario barbecho para solaz de tu talento. No sólo basta ser un intérprete colosal. Es necesario el ejercicio "sordo" y doloroso del que modela realidades de la nada. Coger notas del viento y ordenarlas en el lenguaje místico de la música.


Quién pudiera, quién, sufrir por un momento el clímax de tu libertad, ejercicio de disciplina intensa, inmensa. Marchar por un instante por la película del tiempo al son de la novena, sonriente el espíritu, presto el pecho para acometer cualquier contratiempo. Confidencias solitarias entre el oyente y el genio. Leer el alma y la eternidad. Escribir con sudor de sangre las corcheas del turbulento mundo que te tocó vivir, sin plegarse a nada ni a nadie. Qué oceánica libertad la tuya. Qué pálido remedo de aquello, lo mío. Lo nuestro. Noto elevarse la esencia hacía arriba, erizarse el vello, levitar todo yo, con tu música. Poco cuesta imaginar un ser supremo, si existe, al comulgar con tu obra. Sobran las palabras, sandalias innecesarias, cuando nos muestras el camino con tan clara estela. Quién pudiera...

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