CRÓNICA DE UN NACIMIENTO SIN ANUNCIAR. Vigésimo quinta tertulia literaria del Ateneo Realsitiense. Viernes, 17 de mayo de 2024. Día de San Pascual Bailón.

 A las seis y cuarto de la tarde, iba yo a la querida tertulia literaria como un colegial aplicado que desea la reunión con sus compañeros de pupitre. Todavía no le encontraba explicación a esa agradable sensación de plenitud, a ese clímax contenido que sentía recorrer por los vasos sanguíneos que riegan mi afición por hablar de lo escrito, o de lo que está por escribir.

Crucé temerariamente hacia el súper, con la mochila a la espalda y tentándome el bolsillo para sentir el monedero en el muslo. Los del puente de Vallecas no utilizamos los pasos de cebra, aunque nos cueste un susto. Cosas del RH o el ADN y esas cosas, como diría, me imagino yo, mi querido Paco el de las Castellanas. En la entrada dudé un momento entre dejarla en el armario para las “impedimentas” de Día, o seguir adelante e infringir otra norma, esta vez no escrita. Finalmente me adentré en ese bosque multicolor de comidas e higienes, pensando que, si alguna cajera me conminaba a enseñar su contenido, el catálogo de Isabel Muñoz o de Francis Bacon le indicaría que ese producto no lo venden en el supermercado.


Compré las aguas aprovechando la magnanimidad de una oferta que me pareció increíble. Doble la curva de ballesta de la bollería industrial y enfilé el pasillo de los dulces becarios (me han quitado los tigretones por caros) y los cereales de desayuno. Hice la correspondiente y aburrida cola, en la que todo el mundo piensa en su pasado y su futuro, para no caer en el desesperante presente de manos llenas, lentitud enquistada o prisas. Todo bastante normal, ya te cuento, pero con ese no sé qué residente y caballero en mi cabeza, que me resultaba bastante agradable.

El camino a la tertulia, salvando las distancias y el ritual, es como el paseíllo de los toreros antes de salir a la plaza; siempre hay nervios. Ya ves tú qué tontería, pero siempre tengo ese bullebulle, ese azogue diluido que me recuerda esa cierta responsabilidad en el resultado, en el desarrollo de la reunión, a pesar de que es un encuentro agradable, distendido y entre amigos. Rectifico. No es como los prolegómenos de una corrida. Eso es otro cantar, aquí no hay drama, ni vértigo. Es como se debe sentir Sergio Dalma, un suponer, antes de salir al escenario y cantar “Galilea”. Qué fortuna la mía. Poder hablar, preguntar, disfrutar del dialogo sobre la escritura, de las opiniones de gente versada, de personas con criterio, de artistas y artesanos de los que aprender e incorporar a mi labor algunas cosas importantes. Aunque quizá tampoco. Nunca seré Morante ni el cantante. Ni falta que me hace. A lo mejor se arranca Rafa, de primeras, y rompe el velo hasta que me de tiempo a sacar los bártulos y ordenar los apuntes.

Antes de llegar a la puerta de la biblioteca me alcanzó Eusebio, el bibliotecario, el hombre tranquilo, y con él, chino chano, me encontré con mi socio y con otros compañeros, para poco después bajar a nuestro oratorio, a nuestro confesionario, a nuestro diván de analistas y opinadores, que hoy recibía a Carmen, profesora de Bellas Artes, que nos iba a contar cómo un libro puede convertirse en expresión de lo sublime, de lo bello, o quizá de lo inquietante. En un primer momento pensé que nos habíamos equivocado de día o de sitio, pues había gente ya en la sala, y la mesa de ponente se encontraba con objetos, perfectamente ordenados, y al lado desplegaba su vela una pantalla de proyector, para mostrarnos algo.

Allí estaba la profesora e invitada nuestra, un enigma por descubrir: Carmen Hidalgo de Cisneros Wilckens; ahí es nada; con ese predicado largo, cosmopolita y aristocrático. Ella es tal y como su nombre y apellidos indican: carmínea por española, locuaz, sonriente como su amado sol; latinísima: Wilckeniana por carácter germánico, culto, innovadoro, creativo, multidisciplinar y con esa pizca de humildad que cierra el círculo virtuoso en torno a una gran persona.


Nos expuso un trabajo que, para mí, resulto ser novedoso, amplio, original, como recalar en una nueva tierra y poder admirar un paisaje abrupto, pero muy bello. Como cual presentación, tenía su dificultad técnica, cierta “procelosidad”, algún retazo críptico, pero supo reconducir y llevarnos de la mano, para ver de cuántas y tan admirables formas un libro puede elevarse, travestirse, iluminarse, "metamorfearse", engalanarse, en definitiva, convertirse en pieza artística en sí mismo.

En esos momentos, me di cuenta de que, esa sensación al principio de la tarde era la premonición de esto que ahora se estaba viviendo, y era la manifestación misma de la esencia del Ateneo. Para eso vinimos, en esas lides estábamos. Pascual Bailón nos bendecía desde su pedestal de gogó celestial. Patrón de las asociaciones y las cocineras, nos llevaba la mano con la batuta como si fuera el cucharón. La clase magistral luego seria franco debate, cruce amable de preguntas e inquietudes, con las cuales los minutos se deshacían como azucarillos en el té, avanzábamos inconscientemente por un hiperespacio de colores, texturas y palabras. Estábamos en la hibridación perfecta, en la metamorfosis desde una tertulia a un evento, y a la vez en el camino contrario: del camino del conocimiento hacia la conversación en serenidad.

Sin quererlo, nos ha nacido. Como Gila, sin permiso de su madre. Sin romper aguas (las bebimos) Carmen nos lo ha dado “a luz”. Sin formalizarlo, se ha convertido en institución. A las ocho y cuarto de la tarde, la plaza imaginada con pañuelos blancos, requiriendo trofeos. El estadio entregado a su artista: Wilckens, honor y gloria, “germanidad” latina, bendito oxímoron. Y yo, con la mochila en ristre, despidiéndome de todos (gracias Rafa, por tanto), conversando, de vuelta a casa, con Óscar, solo me faltaba ir regalando puros como López Vázquez cuando tuvo el hijo: “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”


Finalmente, tengo que admitir que no me sentía, intuyo, ni como Robleño de regreso al hotel ni como Luis Miguel entrando, cansado al camerino. Me siento tertuliano satisfecho, primerizo, en plenitud y reconciliado con el mundo. Los niños y los Ateneos vienen siempre con un pan bajo el brazo. Incluso he tenido la tentación, felizmente pasajera, de cruzar hacia mi casa por el paso de cebra, pero Dionisos nunca será Apolo, ni falta que le hace.



Comentarios

Unknown ha dicho que…
En primer lugar, estimado compañero, te agradezco que me sigas considerando bibliotecario, a pesar de que ya llevo casi cuatro años jubilado.
A esta reunión de la tertulia acudí a la Biblioteca Municipal con mucha ilusión y expectación. La historia del libro me apasiona, es fascinante y si además, como hizo nuestra invitada, nos presenta el libro como objeto y soporte de arte... eso ya es una maravilla. Yo disfruté muchísimo viendo sus obras y oyendo sus explicaciones. Nos dio una clase magistral.
Muchas gracias a Rafa por traernos a esta profesora y poder disfrutar de sus conocimientos y sus obras. Y gracias a ti, José Tomás, por esta bonita crónica que me ha hecho volver a disfrutar de lo vivido.

Eusebio, "el de la Biblioteca".

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