EL MISTERIO DE SOMORROSTRO II

 


La reunión de las nueve, en el departamento de homicidios había empezado media hora más tarde de lo habitual. El comisario de Coslada era una persona metódica, que dejaba pocas cosas al albur de la improvisación. La demora tenía una explicación: nuevos datos aparecidos en torno a la muerte de la calle Somorrostro tenían que ser incorporados al expediente, y resultaban vitales para la explicación al equipo.
Jorge, vas a llevar tú este caso. Es un homicidio en San Fernando.
La llamada de teléfono fue concisa y casi rutinaria. Jorge Vélez, inspector de policía, hombre hecho a sí mismo, autodidacta, solía hacer buen tándem con su jefe. Pocos sucesos se habían quedado sin aclarar. Normalmente las noches sin dormir y el talento de oficiales y agentes había dado siempre sus frutos. Pero este caso parecía diferente. Un pálpito; la intuición que no se gobierna, le hacían sentir algo especial cada vez que echaba un vistazo a la foto del cadáver, con el símbolo de la flor de lis en al abdomen.
La presentación del comisario comenzó con esa instantánea, junto con un plano de la zona, extraído de Google Maps, y una relación de los objetos que se habían encontrado en los bolsillos de la chaqueta y el pantalón, aquella mañana en la que Susana se encontró con el tumulto de gente, en la esquina de la Plaza de Guernica.
- Un encendedor, un ticket de gasolinera, un kleenex usado, un calendario de bolsillo del 2024, y la cartera con la documentación del finado. Bastante material para poder comenzar con la investigación, y llegar a conclusiones en un tiempo prudente. Vélez va a llevar el caso, ruego que colaboréis con él en lo que necesite. A trabajar.-expuso el jefe de la comisaría.
El inspector pasó con el expediente debajo del brazo por delante del mostrador de atención al público de la comisaría. Tenía la mente en otro sitio. Su hijo se negaba a estudiar y los plazos para matricularse en la universidad se estaban acabando. No sabía como estimularle, sin pasar de las palabras suaves a las frases autoritarias. Tomar esa decisión le iba sumiendo en una frustración creciente.
Qué pasa Jorge. ¿Caso difícil el de San Fernando?-preguntó el ordenanza de la entrada.
¿Cómo...? Nooo. Bueno sí. A ver; tengo que verlo, ya sabes, pero ¿y tú como lo sabes, cabrito?
¡Qué no sabré yo, querrás decir! Ha pasado el comisario por delante de mi, cincuenta veces, y yo, tengo oídos...
Ignacio Melero, manchego de nacimiento y madrileño de adopción. Ordenanza por oposición y listo como el hambre. Había visto crecer como policía a Jorge desde que entró como agente, allá por el año noventa y uno, y tenían una confianza que desbordaba lo laboral, para adentrarse en lo vocacional. Ignacio recaló en la administración por una promesa a su madre, pero a lo que él se dedicaba para vivir, era a los negocios editoriales en Colombia. Paradojas de la vida que a Jorge siempre le han maravillado. Nunca habían llegado a compartir sus vidas fuera de la comisaría, pero en el compañerismo habían llegado a cotas más altas, si cabe que con la amistad.
Eso "canta" a ajuste de cuentas que tira para atrás, o a "mosqueo" por algo chungo. Pregunta en Sanfer. El chico no era de allí, pero me da a mí que no estaba en la ciudad por azar-dijo con convencimiento.
Ya lo había pensado, no creas. Hacía mucho que no se producía un asesinato allí, ya sabes, es un sitio tranquilo. Demasiado tranquilo algunas veces. El último fue en el polígono, acuérdate, aquel caso de la nave medio abandonada- dijo Jorge Vélez.
- Si, está claro, aquí en Coslada y en Vicálvaro tenemos todos los que quieras: drogas, maltratos, abandono en descampados, coches quemados, pero en San Fernando siempre ha habido una especie de "calma delictiva" ¿no te parece? por suerte para ellos. No sé. La última vez que sentí escalofríos fue cuando lo de aquel niño, en el Carrefour... Una tragedia.

El inspector se acomodó el expediente debajo de la axila. La charla había añadido "peso" a las pruebas e informes, y las aristas de la cartulina no atienden a carne ni a madera de estantería. Se despidió de Ignacio y se encaminó a su despacho. Iba pensando en el caso, pero también en la incertidumbre de universidades y perezas. Se mezclaban en su cabeza la silueta dibujada por los forenses en el césped de Somorrostro y la hierba del campus de la "Rey Juan Carlos", donde se imaginaba a su hijo haciendo alguna carrera que le encaminara por los caminos de la vida.

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