LA COLUMNA


Fue a raíz de tener varios encuentros entre la vigilia y el sopor, cuando Borges se puso como tarea escribir un libro sobre sueños. Era el año 1976 y la psicodelia se desbordaba por el celuloide, los vinilos y las tertulias literarias. Estoy seguro de que el bueno de Jorge Luis no visito ningún antro para quedar prendado del THC o el LSD, abreviaturas que nos han abierto mundos nada breves, y de las que el sueño siempre ha vivido como un inquilino al que se le permite todo. El maestro argentino identificaba sombras y fantasmas en ese otro "mundo" alternativo a la realidad de los tomates insulsos y al aceite precioso.
Yo mismo, desde hace dos semanas, vivo sin vivir en mi, porque una realidad paralela me ha conquistado como un COVID agresivo, que se pega como el Loctite a los dedos del incauto. Debió existir un momento y una hora en la que mi conciencia salió de la crisálida para traspasar el umbral del bar el Alcarreño y llegar a un restaurante del otro lado. Mi presencia frente a una columna desnuda, gruesa, que se resquebraja, y yo, testigo de esa inquietud, de esa incertidumbre, pasando los minutos en la preocupación de la inevitable. Finalmente despierto.
Otros sueñan, por ejemplo, que se caen por un precipicio, o que corren y no avanzan; yo tengo mi batalla particular con esa columna impersonal, ajada por los años y el peso de un universo demasiado expandido, y que necesita, al menos, terapia anti estrés con especialista. Con el paso de los días, se va quedando en mi memoria como si calara, como lluvia fina, que lo que estoy viviendo tiene algo de real aunque no lo parezca. Soñar algo repetitivamente va más allá de un capricho de la mente, o una excursión prohibida por los jardines de aquella psicodelia "zeppeliniana" a la que me refería al principio. Por supuesto que hay lugar para el error, pero también para asegurar, como Calderón, que los sueños, sueños son. Mi naturaleza pastueña ( ahora se suele decir "la genética" o el ADN) suele vencer a la zozobra de los que se comen demasiado la cabeza o, más allá. a la náusea de los que llegan a desesperarse.
Ese arrebatamiento hacia lo urbano, lo construido, puede suponer haber llegado a tocar los límites del subconsciente del que habita un barrio que tiene aspiraciones a superar la condición de ciudad dormitorio. Ciertamente la ciudad me inspira, más que un bosque o una playa libre de negativismos o polución. Me ha pasado siempre, no sé por qué. Cuando estoy en contacto con la naturaleza me fundo con ella, me dejo llevar por la respiración oceánica entre chaparros (una terapia que desbancaría los tratamientos químicos, estoy seguro) Ocurrió, sin más, como digo, en un momento en el que las membranas que unen ciertos universos se transforman, y  adquieren una fineza obléica, hojaldrada y distópica. Tengo que reconocer que me encuentro muy bien en este otro lado de la humanidad, donde se intuye más orden, y en el cual la atmósfera fluctúa lánguida y desprovista de negatividad, pero con la energía concentrada de Alfa Centauri, circunscrita a una habitación donde siempre tengo una columna enfrente de mi, recordándome, quizá, vaya usted a saber,  la inestabilidad de los tiempos, o lo esforzado de una arquitectura precaria.
Estas palabras que escribo no son de fácil digestión, sobre todo porque es muy difícil explicar que me encuentro bien, pero quiero regresar a mi vida antigua, a la del café derramado, la rodilla oxidada y los ministerios imperturbables. Solo puedo disfrutar de este mundo al otro lado del tabique real, en forma de postura relajada, frente de una columna que se desmorona. Llevo semanas preguntándome qué quiere decir, y cuando me canso de darle vueltas, me hundo en un sueño que me mantiene en la línea de la fase rem, donde la pérdida de la conciencia te lleva al sueño, y por consiguiente, a la rendición más absoluta del cuerpo.
La columna que se resquebraja, que sufre, como si soportara todo el peso del universo en sus costillas de hierro forjado y yo, testigo de su párvulo sufrimiento, espectador de una inminente tragedia que no se desata, tótem de la comunidad que han puesto aquí para vigilar que la brecha no sobrepase ciertos límites que se consideran intolerables. ¿Qué hago yo aquí? Con todo lo que tengo que hacer, incluso con todo de lo que me tengo que aburrir en los años que me quedan. ¿Qué sentido tiene esta columna zozobrante y absurda?
Mi mente divaga y me acuerdo del elemento monolítico de "2001, una odisea en el espacio". Objetos que están ahí, sin una explicación aparente, pero que la tienen sin ninguna duda, y que se mantienen en ese estado de transitoriedad porque necesitan que alguien haga un conjuro a la sinrazón que a la razón se hace, y de tal manera la razón enflaquece. Borges le preguntaría a la columna en su perfecto inglés, si su desmoronamiento puede esperar a la inspiración de un buen poema, aunque sea para añadir lírica a la catástrofe.
Frida, ¿has sido tú? ¿De alguna manera que traspasa el tiempo y lo inmaterial, quieres advertirme de algo? ¿Es éste el óleo sobre lienzo, el modo artístico de expresar que el mundo se va al garete? Me viene tu nombre y tu rostro a la mente, de algún modo, para darle una explicación artística a una expresión tan prosaica?

Soy consciente, después de la reflexión, de que la ciudad entera sufre en silencio las hemorroides calcáreas de la columna, y que el sanedrín de edificios de todo San Fernando, en su reunión etérea ha depositado una pesada carga en los hombros de esta columna, la columna de mis entretelas que baila el aurresku de los pilares dolientes. No estoy solo en esto. Tan solo soy el jurado elegido para dictaminar la prueba de vida o la evidencia de muerte no solo de este obelisco de Pryconsa, sino de las penas que tiene que expirar el urbanismo sin pasión y la arquitectura sin corazón. No sé si soy la sombra o el fantasma, pero lo que es una certeza es que ya estoy más allí que aquí. Me pellizco y siento el dolor en este antebrazo sin tatuaje al que mirar.
Kubrick quería apuntar con el dedo hacia la luna que Clarke ya visionó: la de un hombre acorralado entre su parte animal y la inteligencia que le sustituirá. Alguien que tiembla, como esta columna que me persigue, como un Atlas que no aguanta más esta última sentadilla de responsabilidad frente al mundo.
Mañana cuando despierte del sueño dórico, voy a poner "Astronomy domine" por aquello de la psicodelia.

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