Fogonazos mentales de un perdido


Una sábana perfecta, de esas que no conozco, un chorrito de luz diseminada, una pluma para darle empaque a la tarea y un motor dubitativo que respira y suspira. –Piensa algo original, divaga – me viene, y se ilumina un “…con un mono de intentar en la mirada”, y se me queda grabado como la luz que se pega y no viaja.
Siempre me he movido por impulsos, a oleadas. Mal asunto. Dependo de la marea repentina de una palabra o de una imagen que desentona y se torna en sepia para mí, formando una isla de interés por explotar. Huyo como un furtivo de los calendarios y de las tareas programadas, me desesperan sus rígidos corsés, inmisericordes. “Un mono de intentar en la mirada”, el caso es que no suena tan mal, aunque tenga cierto tufo a vulgar ese mono que no es un ser vivo precisamente, sino una funda azul que ponerse para sacrificar en el tajo unas letras y fabricar un buen muro de ideas, si eso basta, o una vivienda corriente, con algún cuartito que otro, menuda licencia. ¿Una casa algún día? Esta por ver. Abogo por armarme de paciencia y aprender algo, para no tener que quemar en un bidón las maderas de algún entarimado pedante.
¿De qué recodo oxidado de mi mente habrá salido la maldita frase? ¿Pretendo tal vez ser más original que nadie? ¿Pienso que la mezcla de lo mundano y lo poético me va a dar puntos, o prestigio, o vanidad gratuita frente a mis compañeros virtuales? Me estoy psicoanalizando delante de una hoja en blanco, comiéndome el tarro de mis esencias y no tengo por qué. Solo hay que pensar contenidamente y rellenar un folio. Para qué tanta pregunta y comezón. Vivencias, anhelos, fotos congeladas, controversias, malas caras, risas espontáneas, momentos vacíos, minutos barrocos, tardes monótonas, el cuentakilómetros bañado de luces verdes, ¿no tengo microhistorias y macrorelatillos y poesías en bruto ahí? Pues eso, que no va a ser tan difícil joer.
¡Ábrete una lata si quieres, para pinchar el duende! Total si no voy a conducir. Siempre me acordaré del verbo fácil y la palabra solícita que me daba el fumar porros. ¡Y lo ocurrente que se ponía uno! Lo mismo sacaba punta a un comentario banal para hacerlo genial, que me reía interiormente, con carnaza cruel incluida de cualquier pobre diablo que pasaba por la calle. Es lo que tiene el mundo sin ataduras que a mi me gusta. Que no impone. Fuera corsés.
Estoy deseando ya ponerme en marcha con el cursito y probar mis fuerzas. Saber que la inquietud que tengo por las letras se puede entrenar, ver los resultados, ver crecer el músculo y menguar la pereza. De momento, Murakami no me está enamorando demasiado. Siempre he visto a los japoneses, prejuicio imperdonable y gratuito, como escritores de plasticucho, planos, de historieta para climatéricas o para jovenzuelas. Quitándome esa mugre de manía estoy estos días. Llevo un par de jornadas de curso y ya me estoy creyendo el rey del Mambo, menuda tela. “Un mono de intentar en la mirada”, eso no lo hubiera escrito Murakami. No sé si él habrá olido alguna tartera recocida en una obra, haciendo bucle con un perfume carísimo de rubia en la calle Jorge Juan. Eso hay que vivirlo y guardarlo bien, para que luego salga intacto el día que te piden rellenar un folio en blanco con lo primero que te venga a la cabeza.

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