Zita


Comentario a la novela "Zita" de Ana Uría, publicada en Gens ediciones.

Subir al cielo y bajar al suelo, la almohada y la acacia. Zita y su mundo, que encierra universos. Toda la novela rezuma esencias del pasado, melancolías olvidadas que ya no importan. Caducaron. Una mujer que reside en una dimensión paralela, creada por ella misma, húmeda y fría en algunas páginas, seca y desolada en otros pasajes. Jirones trenzados con el hilo de la cotidianeidad.
La atmósfera que todo lo envuelve, gruesa capa de poesía, tiene grietas amables por donde escapar al cielo y huir de la asfixia de la ciudad y de las banalidades. Esas mismas fisuras, sirven para regresar al seno materno de la realidad, a aquellas casas solitarias donde reencontrarse con los viejos retratos que dolieron en su momento.
Varios personajes se suceden y deambulan por estos breves capítulos que languidecen con el paso de los dedos: El hombre (desnudo y en toda su extensión), Dios, los rebaños, la mugre de las Iglesias, el padre, el ex marido. Lidón, Juvenal, el alma, el dogma … nombres casi imposibles y arquetipos del todo inabarcables. Objetos y fluìdos machacones que permanecen de la cruz a la bola: el sudor, la borra y el lino, tan cargados de sensaciones que su significado explota.
Zita juega, como si no le importara perder la partida de la lógica, y ofrece la contradicción como elemento desconcertante: “Tu eres más fuerte que yo, más inteligente y resolutiva. Mi padre era como yo, más inteligente y resolutivo”. Lo banal como contrapunto de lo esencial. Desde la atalaya que supone la acacia, Zita ama solamente lo que merece la pena amar, no necesita edulcorar las cosas, no quiere alterar ninguna naturaleza, ahí reside su grandeza, vive y deja vivir. El mundo aparece cruel, gris, y no provoca el más mínimo reproche; es así. Desde aquella rama se aprecian por igual las verdades y las nimiedades.
Existe una asfixia vital que sobrevuela toda su vida, pero Zita nada contra la corriente fumando un pitillo envuelta en bata de estar por casa, mirando de reojo una cama donde yace la almohada como un amante desflorado, exhausto. Sin dialogo ni “tempo”, fuera formalidades, la penumbra se vuelve obscena y el carrusel de la vida de esta mujer se pone en marcha como un zootropo de tonos sepias y desconchados. La necesidad de permanecer por encima de los tejados y mirar a vista de pájaro al ser humano (guardia urbano), a los objetos ¿inanimados? (coches encarnados), las heridas que despiden luz (ex marido y el pasado) y la realidad inevitable (colillas olvidadas, ministros, acacias, campanarios).
Los capítulos son actos que se abren situándonos al borde de un lago, sintiendo bajo los pies la madera del pantalán imaginario. Con el discurrir de las palabras nos vamos adentrando en las aguas grises de la vida de Zita; aguas frías, casi sólidas, que nos van alejando paso a paso de la realidad. La corriente, turbulenta, arrastra conceptos, restos de un naufragio inquietante; en otras orillas nos podemos llegar a espantar, pero el objetivo que se cumple de manera brillante es que no caemos en la indiferencia.
¿Por qué huyes de la multitud Zita? ¿O es que te encierras en su seno, dentro de un caparazón? Siempre encuentros entre dos personas, huyendo de la vorágine, fuera tumultos, tres son ya multitud.
Avanzamos y conocemos a Juvenal, a Lidón y prosigue la incertumbre y el desconcierto. Entrepiernas, sudor, sexo y tabaco. Por momentos, ni personajes ni objetos pertenecen a la realidad. Zita los expulsa de ella con la fuerza de su fantasía y lo aloja en un limbo aséptico y cruel. Ella echa de menos el vacío, los espacios vanos en los que nada la pueda intoxicar. Huye de las experiencias narcotizantes. Zita quiera la nada por encima de todo. Con la mujer, con la niña, visitamos alcobas extrañas, aromas de cafetín decimonónico, el Savoy, el Cien Peniques. Bares de copas que persisten bajo el humo del tabaco y los vapores del Whisky. Besos con sabor a noche cerrada, sexo sucio pulcramente cometido. La acacia se estira hasta el infinito y empequeñece a todos.
Zita crea mundos y los destruye, como la diosa Kali. No es cruel por realizar semejante milagro. La belleza de los objetos brilla, se solidifica y estalla en el giro de sus frases, pura espontaneidad con letras. Los recuerdos toman impulso y golpean, haciéndonos ver que la belleza tiene garras y propina heridas terribles. Vida, sexo, muerte/ fuente, diosa, mito.
La niña, la mujer, el espíritu está presente en el fondo de los baúles y en las estratosferas. La melancolía, las máscaras que simulan ser rostros, son elementos de un carnaval de vida y muerte inevitable. Mientras tanto, en la rama más alta, donde se puede respirar y observar, para seguir esperando eternamente, unos pies se balancean y el viento desordena su pelo, moreno y rebelde.

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Una reseña muy interesante de esta novela. La has escrito con mucha pasión, sin duda. Me ha dejado, sin embargo, con una sensación de profunda tristeza. Un abrazo.
Rocigalgo ha dicho que…
Si.Queda ese poso. Es un mundo onírico y a la vez resignado. Melancolía y colonia añeja.
Un saludo Isabel

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