Ruedas, pedales y rutas

Desde que fijé mi retiro en San Fernando de Henares no he dejado de dibujar surcos en la vereda del Paseo de los Chopos. Según mi padre son álamos blancos, pero no vamos a entrar ahora en discernir si son galgos o podencos. Más de mil kilómetros de reflexiones internas, ojos abiertos al amanecer y viento fresco en la cara. He descubierto una afición. He entrado en la mina de los tesoros de andar por casa. He podido discernir cual es la linea del horizonte y diferenciarla del hilo dorado del amanecer. He coincidido con el sabio de barba canosa de la mañana y con el hortelano madrugador. He creído vislumbrar el bastón de mando de la alcaldía debajo de la mano que aprieta la maneta de freno, en alguna ocasión, y he comprobado que la muerte de la noche y el nacimiento del día te premian con la primitiva de la serenidad a lo largo de la jornada. Al que madruga, irremediablemente, alguien le echa una mano, alguien muy poderoso que no es Dios.
Piedras en el camino, pinchazos inoportunos, barros que te suben por la espalda, caracoles perezosos, lluvia. No será por compañía por lo que tenga que abandonar tan reciente costumbre. Conejos ratolines, gatitos bisoños, alguna que otra culebra por la Guindalera, y la compañía ajena de los ciclistas que me pasan rozando consolidan el empeño de seguir en la ruta por mucho tiempo, quizá sean años. Mientras tanto, el click-clack de cascos y pedales, la chicharrilla de la cadena y mis pensamientos dado vueltas con el plato grande y el piñón pequeño de mis historias cotidianas.
Comentarios
Un abrazo amiga mía.