Panacea

Eran las cinco. Las cinco de la tarde. Y le ví los cuernos a la vaca de la ignorancia. Puedo jurar que nunca pensé encontrarme con semejante situación, en las aulas de una universidad.
En la clase de Economía de segundo, donde día a día seguimos los dictados de una profesora nefasta (porque nulo de pleno derecho hay que ser para dictar y encima hacerlo mal) una compañerita de riñonada al aire y mirada perdida en las quimbambas se quedaba de piedra cuando Susana, la profesora, dijo que una solución de blablablá no era la panacea.

Admirada por semejante tecnicismo y "flipando de verdá, tío" (traduzco, literalmente) inspiró; se sacudió el vocablo que se agarraba como un pulpo a su pseudocerebro, levantó el fálico y chupadísimo boli y le preguntó a la dictante:
-¿Panacea?. ¿Eso qué es?-
Tengo que decir que su pregunta estaba tintada en parte de cierta admiración. Admiración por una palabra que no conocía, y que a ella le parecía que había sido extraída de la novela más oscura y extraña, del rincón en el ángulo oscuro de la más erudita de las bibliotecas.

A los mismos niveles de asombro me llevó en volandas la muchacha. Y musité entre dientes:

- ...ra posible!-

Cómo una persona que está en segundo de cualquier carrera universitaria puede no haber oído nunca, ni de refilón, la palabra panacea. ¡No ha leido una sola novela! ¡No se lo ha encontrado nunca el ningún libro, revista de moda, literatura de autoayuda, folleto informativo! ¡Nunca ha visto una película, nunca ha leído un bote de champú que pueda anunciar: Flor de Coli, la panacea del aroma en su cabello! ¡Nunca la curiosidad de asomarse a los misterior de la Edad Media, nunca ningún noviete le ha susurrado en el oido, en el último estertor del orgasmo "Eres la panacea de mi estrés, bad medicine!

Por lo visto no. Y aunque parezca que es un detalle sin importancia, digo que hay que verse en la situación para fliparlo como yo lo flipé, mesié. Espero arrancarme entre este año y el que viene, la espina clavada de esta insulsa carrera y no tener que ver más cómo esta fábrica de churridiplomados y porrilicenciados va engrosando la lista de los analfabetos con más títulos de la historia de España. Y espero que no me incluyan entre ellos. Otros defectos tendré. Pero quede claro que la Universidad no es la panacea, ni siquiera la panace, ni la pana. Día a día dibuja sólo un boceto de "p", a años luz de lo que debería ser.
Salgo al campus, y el cesped está lleno de desperdicios. El paisaje dentro y fuera es desolador. En el centro, Cervantes, tiene los ojos de plomo para no poder ver lo que pasa a su alrededor. Por lo menos han sido piadosos



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