Dejando la pluma a su amor.


He cogido mi vieja Inoxcrom después de mucho tiempo. Todavía queda tinta en el cartucho. En el momento de pinchar el papel ha mostrado su boca seca. Ella sí ha tenido vacaciones. Remolonea y no se decide a escribir; queda un surco incierto, mitad negro, mitad hondonada vacía; tengo que regalarle un pequeño chapuzón en el vaso de agua. Despertarla del letargo; mojarle esa boquita de piñón acerada. Segundo intento: ahora se desliza con una facilidad oléica, lúbrica, solícita... placer.

Pasado un rato vuelve a acunarse en tablas. Cobardea, se muestra jodidamente intermitente. Vuelvo a cogerla en volandas y la asomo al brocal del pozo. Me imagino que la sangre se le acumula en la cabeza y que siente vértigo pero sumerjo boca, cara, cabeza entera. No oigo ni un gluglú ni un reproche. Otra vez se me muestra fácil, me responde al toque de riendas. Se transmuta en ondulante péndulo. Sisea. Escribo diez renglones sin rechistar. Fluidez. Toboganes que se suceden y que me transportan al mundo del inconsciente palpable.

Retorno a los corrales. Suelto a las otras que la conducen al estuche. Saco la orgullosa Waterman. Hinco su enorme aguijón, no responde...

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