Yo concilio...

Tú concilias, el concilia. Así se denomina ahora, generalmente, el arte y oficio del escaqueo en la oficina. Labor exportada desde el ámbito público al seno de la empresa privada, escaquearse supone y presupone manejar los tiempos y las mentes, establecer una cadencia al ritmo de pedaleo por los pasillos, acompasar la inercia administrativa al "matrix" irreal de los papeles que descansan debajo del brazo.

Ahora lo llaman Concilia, y aristocratizando el nombre han dignificado el sector. Es de justicia que el Boletín Oficial del Estado haya regulado ese fino equilibrio de tiempos y de espacios. Al contrario que en el fútbol, no consiste en el achique de los mismos, sino en la ampliación: "Me pilla un poco lejos..." "Te cojo el teléfono de milagro, estoy con unos papeles..." o con la belleza que tienes las cosas simples "Esta tarde concilio..." ¡Qué majestuosidad! ¡Qué gallardía en el paseíllo de pasillos! ¡Qué temple el suyo al pasarle el jefe a dos dedos del pecho y deslizarse como un gato! ¡Exquisito el toreo "al través!

El arte de la representación, del dominio de los escenarios. Nunca se evitaron con tanto acierto las cuchillas oxidadas de la vita pericolosa. Concilio luego existo. Concilio luego soy. Lo que no es, no puede llegar a existir. El conciliador es la prueba palpable de que se ES y se ha sido desde tiempos inmemoriales. Ya se conciliaba en el Imperio Romano y daba tiempo incluso a meter la mano por entre las túnicas y las cortinas. Desde los tiempos de Virgilio se oía el yo concilio.

Y ya no escribo más, puesto que me faltan minutos para conciliarme con un poleo menta. Esos momentos humeantes en la cafetería no me los quita ni un Concilio de la Iglesia. Yo concilio, tu concilias...