La poética de las elecciones.


Existen varias capas en este mundo. La cebolla de la existencia se pela con dificultad, no podemos separar con facilidad las dimensiones donde habitamos. Esto no es jamón serrano en bandeja, ni falta que hace.

Sabemos o intuímos que existe un más allá. Quién no ha experimentado un escalofrío extraño, o un sueño revelador, o la desconcertante duda de una extraña coincidencia a la que despojamos de toda razón porque, sencillamente, no la hay. Eso es el más allá, que quiere decir que en esta dimensión, donde podemos pegar un chicle debajo del pupitre y la calle huele a gasoil o a contenedor, estamos en el "allá". Poético ¿no?.


"En este allá de penas,

de espinas...

furtivas ráfagas de amor,

eterno llanto en las esquinas..."


El poeta tenía un buen cuchillo de pelar. Y escribía, posiblemente, para que no le hablaran; para que mantener el secreto de sus letras le proporcionara el calor reconfortante que le negaba la vida. A los demás, desprovistos de utensilios innatos, no nos queda más, quizás, que mirarle a los ojos a un gato. Pero siempre podemos colarnos por una rendija en los mundos de la fantasía, del arte, de la poesía, de las obras cumbre, que nos elevan, incluso, por encima de los hierros materiales y horteras de las torres de "Plaza Castilla". Contra el allá, el "Valhallá".


Estoy evitando entrar en el tema porque me siento como pez en el agua cuando divago y encuentro el camino más largo para llegar a los sitios. Para la literalidad los periódicos, para la realidad, la universidad. Pero ahora que hemos llegado al destino, no es cuestión de darse la vuelta sin visitar, por lo menos los bares.


Elecciones. La cuestión está en cómo puedo vencer la apatía. Cómo puedo estimular la desgana que nos producen unos dirigentes que proclaman mensajes tan básicos, tan infantiles. Si nos pudieramos poner unas gafas poéticas, podríamos ver ( a lo mejor), a unos líderes que apelando a valores intrínsecos del alma (libertad, paz, identidad), intentan que la gente valore lo más valioso del ser humano. Nos quitamos las gafas. Las mismas palabras salen por su boca, pero ahora, en este "allá", el poso que queda es el del enfrentamiento, el odio, la falta de humildad, el paternalismo insultante y la decepción. La gente acude a los mítines y agita banderas, como si les hubieran proporcionado las gafas poéticas trucadas, envenenadas de fanatismo. Las miradas, los abrazos, los gestos, son los de unos pobres mortales adorando a un semidios que los salvará de las llamas del oponente. Qué descansada vida la que huye de las mundanales elecciones. Parece que el hombre no se puede escapar de su constante búsqueda de ídolos que nos guien por los caminos que no somos capaces de encontrar. Ni siquiera cuando la ruta de la vida está marcada en cada pliege de nuestra piel.


La democracia está sacralizada. Y pobre de aquel que se atreva a insinuar que es facinerosa, falsa, fantasmal, facilona, facha. La clave de fa de los sistemas políticos del siglo XX. Fuera de la democracia no hay salvación. La igualdad y el imperio de los derechos han agarrado y han echado fuertes y podridas raices. A ver quien es el guapo que vuelve a poner las cosas del "derecho".


Hundidas las piernas hasta las rodillas en el fango de la realidad, he decidido ponerme mis gafas de la poesía, sentarme en un banco de la Plaza del Reina Sofía, y traspasar las puertas (sin grafitis) que me llevan a la trastienda de mis pensamientos. Aquí dentro huele a aire fresco.




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