EL MISTERIO DE SOMORROSTRO VIII


El comisario de Coslada, era una persona que estaba muy bien relacionada con el estamento judicial de la ciudad. En Colombia 29, como se le conoce vulgarmente, se trasladan los expedientes en vetustos y artríticos carros de la compra, como en cualquier juzgado, pero se da la particularidad de que existe una fina aureola de hospital, de módulo para terminales, que le confiere a las visitas una angustia inmerecida y cruel. Miguel Rufilanchas, a pesar del cargo, también sentía ese temblor indisimulable cuando pasaba el umbral, y por eso, quedaba con los fiscales y los jueces en una cafetería cercana a la rotonda volcada de la calle Honduras.

El inspector Vélez ya estaba investigando las cajas del trastero de Susana, y que a su vez eran de Agapita, la antigua dueña del piso y archivera jubilada, felizmente.

De los primeros informes evacuados con el inspector, ya se extraían las conclusiones preliminares, y en esta ocasión, el fiscal, con el mostacho tintado de café cortado , había comenzado a pergeñar la acusación del ministerio público. El juzgado de instrucción (Colombia 29) no solo había tomado buena nota de los tejemanejes de los constructores, arquitectos, y concejales que diseñaron la "original" constelación de nombres vascos en la proyectada Urbanización Parque Henares, sino que, al hilo de lo aportado por el inspector, ya tenía identificado al fulano que no le había sentado muy bien que Julián Uralde anduviera investigando, precisamente, esa motivación causa/efecto entre constructores vascos y navarros, y la nomenclatura que finalmente se aprobó como definitiva. La discusión en el Monjía no fue casual, y las conexiones del investigado con organizaciones monárquicas radicales tampoco. Esa zona geográfica de España se caracterizó por el apoyo al carlismo, en oposición a los liberales, y uno de sus símbolos identificativos fue la flor de lis. Las piezas del rompecabezas todavía no habían casado, pero ya se encontraban apartadas, cada grupo en su lado del puzle, preparadas para que en cualquier momento, una mano directora y organizada ensamblara los golfos y los cabos de cada figura.


- Confío en que los datos aportados por el inspector Vélez dejen bien definido el caso para llegar a una sentencia, digamos ¿para final de año? -comentó el comisario con tanta dulzura como la porra enterrada en azúcar del plato que tenía enfrente de él.

- No está resultando difícil el acoplamiento de los hechos, para qué te voy a decir otra cosa. Tienes un "máquina" en la oficina, Miguel. ¿será verdad que tienes un equipo completo dedicado a este asesinato? ¡Lo nunca visto en la administración! -contestó el fiscal.

- ¿Equipo? Nada de eso. Con el último concurso se me fueron tres inspectores y dos suboficiales. Niveles, oficinas nuevas, prestigio, ya sabes... Sanchinarro y las Tablas están de moda. Aerotermia y domótica en los edificios oficiales ¡qué carajo! Se les ablandará el culo con las sillitas ergonómicas, ya veras. Yo tengo a Vélez, su viejo Hewlett Packard reacondicionado, y a un ordenanza que es Hércules Poirot redivivo. Inteligencia, nada artificial, para pillar a los malos, compañero.


Mientras el comisario y el fiscal seguían, en buena coordinación, las pesquisas del expediente nº 21325/SF/SM "San Fernando/Somorrostro", el inspector anotaba en un cuaderno azul de cuadrícula, marca Oxford, los nuevos datos que arrojaba el expediente del trastero de Susana. De vez en cuando reparaba en la calidad del cartapacio, y se acordaba de los buenos materiales que le compraba al desagradecido de su hijo para ir a la escuela. Luego, en un instante, se le olvidaba y con una sonrisa desordenaba, mentalmente, los rizos de la cabeza del adolescente, borrando cualquier atisbo de reproche.

- "Reunión del 12 de diciembre de 1980. Previsión de un nuevo plan de ordenación urbana en los años venideros. Desarrollo de la zona suroeste... barrio de ciudades vascas construido por las siguientes...

Jorge Vélez deslizó una moneda por la ranura de la máquina de café, y tintó su labio superior sin bigote con capucchino al cacao. -cuando entró a su despacho se dirigió a la cristalera que da al callejón lateral. En su cabeza la flor de lis, un cadáver que parecía dormir plácidamente, y la visión de un chaval, que podía ser su hijo, entrando en el fotomatón, como si de una máquina del tiempo se tratara.



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