CALLE JARDÍN: MIRANDO AL MAR Y A LA TIERRA

 CALLE JARDIN: MIRANDO AL MAR Y A LA TIERRA



El otro día la nombraron, y en la visión de sus fotografías se notaba el sol y las sonrisas de los niños, aunque fuera hace sesenta años. También se mencionaron otras calles, otros rincones de San Fernando de Henares, donde se vivía humildemente al socaire de los olivos y los barros, de las lecherías y las bodegas. Era un pueblo limpio de puro bueno, y en ese sol pletórico que se apreciaba, se percibía la influencia de los niños y de las madres, de las meriendas y de las trastiendas. Hay un San Fernando que conecta con aquella población de la ribera, que todavía miraba al río de frente y confiaba en el, pues no tenia acechanzas de contaminación, ni olores que recordaran a la muerte.
Al oír las palabras de Luis Aurelio, me quedé con la copla de que la calle podía ser circuito de ciclismo, llanuras del Missisippi, plató de la Metro Goldwing Mayer o pasarela de modelos parisina. Se conectaba lo divino con lo humano, lo estático con la actividad más dinámica, y todos los presentes lo recordaban con luminosidad, sin atisbos de sombra. Años fueron de penumbra, pero el ser humano siempre saca la buena estrella a relucir y los dientes a orear por esta calle del Jardín repleta de vida e instantáneas.


Cuando la recorro ahora, hipnotizado por geometrías caseras y desconchones con la silueta de la península, desconecto de esta época de poco sabor y menos olor. Me declaro con una firmeza impropia de mi habitual frivolidad, como un seguidor de las cortinas de admirable verticalidad y las aulagas que nacen silvestres en los terrenos yermos. Ya me voy explicando por qué hay un jardín, que parece ser el del Edén, en este vaso sanguíneo del callejero sanfernandino, y no dejo de fabricar ensoñaciones con los mundos místicos que se esconderán por debajo de mis pies. Miro a la izquierda, y me sitúo, como una brújula con pantalones, entre el Jarama, allá por el este, y la Fábrica de Paños por el oeste, subido en una de esas bicicletas de guardabarros interminables, y desafiando a los amigos recorriendo etapas de vega y muro, de calle y sendero, dándole al molinillo de las rodillas ennegrecidas por el humo de cien mil batallas. Romper el sudor como se rompe la barrera del sonido y regresar a casa para poder refrescarme con el agua, ligeramente anisada, del botijo de la entrada, que ninguna inteligencia artificial le podrá dar el punto de frescura como aquel pasillo diáfano y en penumbra de las casas familiares.
Me imaginaba las estampas, los rostros el otro día, cuando pronunciaron su nombre, y por un momento desconecté de la realidad del honroso acto, y cuando volví a tocar tierra fue para encontrar los ojos del escritor, del cronista, cuya cabeza asentía, como en un acto de comprensión





empatizando con mi trance imaginativo, igual que si me hubiera llevado de la mano por sus relatos y hubiéramos desinmaculado nuestras botas con el polvo de la calle, y fue sentir el sabor de una ciruela silvestre de la calle Jardín e inundarse el volumen del "alma sanfernandina" de colores impresionistas e impresionantes. Toqué tierra otra vez y regresé a la realidad.
Pusieron unos videos en la pantalla. Me volví hacia el "sabanón" blanco que se abría a mi espalda, y me sentí transformarme, como maese Cebolla, en Gary Cooper, solo ante el peligro. Ocho años después en una calle que conecta el mar sanfernandino del Jarama con la tierra prometida de la Real Fábrica. En la calle no había ni un alma, este grisáceo día del mes de octubre. Miré al este y al oeste y señalé con mi mano "Colt" hacia el cielo realsitiense. Simulé una salva por la señora Peñalver, luego, peliculero como el que más, soplé el dedo índice de la mano izquierda, como haría un niño feliz de los años sesenta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CONCURSO VÁZQUEZ MONTALBÁN - Relato Exprés ( Abril 2023)

EL MISTERIO DE SOMORROSTRO VII

EL MISTERIO DE SOMORROSTRO IV